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Por José Luis Nicolás

Arzobispo de Concepción publicó columna sobre la “exigencia de una nueva educación”

“En Chile hemos ido cuajando una sociedad sin espíritu crítico”, así comenzó el texto escrito por el vicepresidente de la Conferencia Episcopal. En líneas posteriores, Monseñor Chomali afirmó que “conceptos como deberes asociados a derechos, postergación del gusto personal en aras de la promoción del bien común, y el reconocimiento del valor de cada ser humano, se diluyeron”, respaldando su primera frase.

Lunes 20 de junio de 2022

El diario El Sur de Concepción llevó en sus páginas una columna de opinión escrita por el Arzobispo de Concepción, Fernando Chomali, en la que ahondó sobre las dificultades de los desafíos de hoy y la evidente presencia de una cultura del desencuentro.

“En Chile hemos ido cuajando una sociedad sin espíritu crítico”, así comenzó el texto escrito por el vicepresidente de la Conferencia Episcopal. En líneas posteriores, Monseñor Chomali afirmó que “conceptos como deberes asociados a derechos, postergación del gusto personal en aras de la promoción del bien común, y el reconocimiento del valor de cada ser humano, se diluyeron”, respaldando su primera frase.

Pese a describir un panorama complejo, el Arzobispo de Concepción reafirma su esperanza centrada en una mejor educación como base para cambios duraderos: “Este contexto podrá ser revertido con una educación entendida como formación de la persona para vivir en comunidad y orientada a la resolución de los conflictos mediante el diálogo”, subrayó.

Te invitamos a leer a continuación la columna completa de Monseñor Fernando Chomali:

En Chile hemos ido cuajando una sociedad sin espíritu crítico. Lo adormeció una idea que se instaló con fuerza: el desarrollo es sólo económico y que los problemas se solucionarán en la medida que haya más dinero, más ciencia y tecnología. Ahí se puso, de manera casi exclusiva, la esperanza y los resultados están a la vista: violencia, injusticias, incapacidad de dialogar, grupos de toda índole atrincherados, algunos defendiendo sus privilegios y otros exigiendo derechos. Mucha rabia e inequidades por doquier.

Así, conceptos como deberes asociados a derechos, postergación del gusto personal en aras de la promoción del bien común, y el reconocimiento del valor de cada ser humano, se diluyeron. Sumado a ello, la cuña y el slogan se apoderaron de la esfera pública alejando una reflexión auténticamente racional en búsqueda de la verdad para ser admirada, descubierta y no manipulada.

Detrás de este panorama se percibe una concepción errónea de la racionalidad humana que se comprendió sólo como científica olvidando su dimensión ética y estética. La reflexión filosófica, el cultivo de las artes, el saber teológico, y todo aquello que implica ir más allá del fenómeno para llegar al fundamento, se redujeron a su mínima expresión. El desprecio por la vida humana, la vulgarización del lenguaje, la indiferencia frente a la fealdad de las ciudades, la violencia como método para resolver conflictos, y el poco respeto al medio ambiente, son el resultado más visible. Esto se ha hecho patente en muchos campos de la vida diaria, y se perciben como desconfianza, escepticismo y violencia.

¡Vaya alguien a decir que existe una verdad objetiva, que podemos reconocer, que está asociada al bien de la persona y a la actualización de su auténtica libertad! Lo más seguro es que sea acusado de intolerante. ¡Vaya alguien a hablar del sentido trascendente de la vida humana y declararse creyente! Será acusado de fanático religioso. Se hace cada vez más difícil el encuentro y el diálogo, en aras de un proyecto de país compartido.

Este contexto podrá ser revertido con una educación entendida como formación de la persona para vivir en comunidad y orientada a la resolución de los conflictos mediante el diálogo. Urge promover una cultura escolar donde una buena evaluación se entienda como el resultado de un trabajo bien hecho y no como un fin en sí misma. Encantar a los alumnos desde muy pequeños a descubrir la satisfacción que significa pensar y decir “esto es cierto”, aunque vaya en detrimento propio, a alegrarse por crear y descubrir el gozo que implica dar por sobre recibir, es la condición de posibilidad para revertir este proceso de desintegración social.

Cambiar la cultura del tener, del éxito fácil, del sobresalir para “ser alguien”, por la cultura del ser, del compartir, de reconocerse como un ser dotado de múltiples destrezas, dones, pericias y habilidades para entregar a los demás, es el único camino de cara a un Chile mejor. Lo demás serán meros paliativos de corta duración y que sólo lograrán aislarnos más, desconfiar más y por lo tanto ser más desdichados.

+ Fernando Chomali Garib

Arzobispo de Concepción

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