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HOMILÍA DEL DÍA, Jueves 27 de Agosto- Por P. David Halm

P. David Halm

Jueves 27 de agosto de 2020

Hoy celebramos Santa Mónica, madre de San Agustín. Sabemos que en su juventud (y aún adulto) Agustín vivía lejos de Dios y sin fe. Buscaba por todas partes la razón en la vida y la verdad. Finalmente, con 31 años el Espíritu Santo lo inspiró que Jesucristo es La Verdad y que la Iglesia Católica es su Cuerpo. Pero igual reconoció que a lo largo de su vida su mamá, tan católica y ferviente en sus oraciones, rezaba por su hijo. Fue la intercesión de esa madre santa, creemos, que lo guió a Cristo.

Por eso leemos esta lectura del Evangelio cada año en el día de Santa Mónica. Leemos que por la compasión de Jesús a la mamá, el niño tiene una nueva vida. ¡Literalmente fue muerto pero se levantó! Puro por el poder de Jesús y su compasión, viendo las lagrimas de su madre.

Como católicos creemos en el poder de la intercesión. Hay gente que nos dice “pero puedo pasar directamente a Dios. No necesito rezar a los santos”. Obviamente. No es que no tenemos acceso a Dios o que Dios no nos ve. Es que sabemos que por la Comunión de los Santos, Dios escucha a nuestras propias oraciones y las suyas. Que importante eso, porque hay gente que no puede rezar por si misma (como el niño muerto en la lectura) y hay gente que no cree ni quiere la oración (como joven Agustín). Pero por el acompañamiento de sus madres santas los hijos recibieron el amor y bendición de Jesús.

Cuantas mamás y papás me dicen que están rezando por sus niños, porque sus niños están sufriendo o aunque sus niños no crean en Dios. Pero ellos siguen rezando porque saben del poder de oración y que Dios los escucha. Tienen confianza que Dios va a bendecirles.

Oremos por nuestros seres queridos que están sufriendo o no tienen fe. Tengamos confianza que, como la de Santa Mónica, nuestras oraciones van a resultar en la sanación, la vida eterna, la conversión. Oremos también por las personas del mundo que no tienen nadie que pueden rezar por ellos y por las pobres almas que están en el purgatorio.

¡Santa Mónica y San Agustín, rueguen por nosotros!

Fr. David Halm

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